miércoles, agosto 13

quereme así piantáa, piantáa piantáa...

Los labios del forastero se arquearon formando una sonrisa rosada. La miró, socarrón, a la vez que señalaba sus tacos de 11 cms y dejó escapar un "no wonder you looked tinier in snickers, hein?".
Me reí, sosteniéndole la mirada hasta un segundo antes de que se sintiera incómodo por mi falta de recato.
Bailaba bien el Tango para ser un brit, muy bien, de hecho.
Sólo tomó dos milongas sincronizar movimientos para que los pasos fluyeran.
Me gustó que no tuviera verguenza de tomarme firme por la cintura, zarandearme, marcar con determinación las figuras. Eso es raro en alguien de una cultura donde se deshacen en "oh, sorry, sorry, I beg you pardon" si te rozan sin querér o incluso con intención.

Se cansó el rubio, el tango de base electrónica fue too much, y cedió, gentil, la posta a un porteño generoso en carnes que con un gesto de cabeza y un "bailás?" me propuso gastar suelas.
Lástima que éste hombre era uno de esos que creen que por haber nacido en Buenos Aires, tener vozarrón de vino, y revolearte cual muñeca deshuesada, son Bailarines.
Asique un "oh, vaya, que calor, me duelen las pantorillas, gracias" cuando terminó el tercer tortuoso tango sirvió para deshacerme cortésmente de él.

Parte de la fauna característica es el nunca faltante imbécil que vino a la milonga disfrazado de malevo, todo gato, y que se viene al humo cuando te vé sola porque no concibe que una venga sencillamente a BAI-LAR acorde a acorde, hasta que las piernas griten basta y una siga, en trance, encima de los tacos afilados, el maquillaje corrido, el rodete devenido en nido, toda acalorada y exaltada y poseída por ese loco palpitar que desovilla las horas y no me doy cuenta.

Y de brazos en brazos fué consumiéndose la madrugada que empezaba a desteñirse celeste; el brit insistía en ir a desayunar, algún otro vejete con fama bien ganada me retuvo por varios tangos, los habitués que conozco de vista seguían girando en la pista, cada vez más vacía, más nuestra, de los adictos de siempre.

Cuando prendieron las luces y el efecto luz de ascensor arruinó la magia, caminé hasta el vestuario donde había dejado una bolsita de tela con las zapatillas, la llave de casa y $40.
Y Julien, el franchute aporteñado que me cruzo siempre me mira con algo parecido a la ternura y me tira un "toi tu es petite mais tout à fait très mignon".
Le revoleo un zapato y me río.
Igual no le pego, después de todo baila bien y prefiero que no quede rengo, segura de que lo voy a encontrar en algun otro antro de la ciudad una noche de semana donde los bandoneones susurran y yo gasto suelas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me encanta tu forma de escribir, me encantan tus relatos, tu rincon del mundo, tu historia que contar.
Soy argentina y vivo en españa, desearia haber aprendido bailar tango antes de irme, pero fue tan rapido que no tuve tiempo. Tu historia me aporta un monton!!!!!! y me hace vivir lo que vivistes