jueves, agosto 21

señores, es cuestión de ONDA

It all comes down to sex appeal.

miércoles, agosto 13

quereme así piantáa, piantáa piantáa...

Los labios del forastero se arquearon formando una sonrisa rosada. La miró, socarrón, a la vez que señalaba sus tacos de 11 cms y dejó escapar un "no wonder you looked tinier in snickers, hein?".
Me reí, sosteniéndole la mirada hasta un segundo antes de que se sintiera incómodo por mi falta de recato.
Bailaba bien el Tango para ser un brit, muy bien, de hecho.
Sólo tomó dos milongas sincronizar movimientos para que los pasos fluyeran.
Me gustó que no tuviera verguenza de tomarme firme por la cintura, zarandearme, marcar con determinación las figuras. Eso es raro en alguien de una cultura donde se deshacen en "oh, sorry, sorry, I beg you pardon" si te rozan sin querér o incluso con intención.

Se cansó el rubio, el tango de base electrónica fue too much, y cedió, gentil, la posta a un porteño generoso en carnes que con un gesto de cabeza y un "bailás?" me propuso gastar suelas.
Lástima que éste hombre era uno de esos que creen que por haber nacido en Buenos Aires, tener vozarrón de vino, y revolearte cual muñeca deshuesada, son Bailarines.
Asique un "oh, vaya, que calor, me duelen las pantorillas, gracias" cuando terminó el tercer tortuoso tango sirvió para deshacerme cortésmente de él.

Parte de la fauna característica es el nunca faltante imbécil que vino a la milonga disfrazado de malevo, todo gato, y que se viene al humo cuando te vé sola porque no concibe que una venga sencillamente a BAI-LAR acorde a acorde, hasta que las piernas griten basta y una siga, en trance, encima de los tacos afilados, el maquillaje corrido, el rodete devenido en nido, toda acalorada y exaltada y poseída por ese loco palpitar que desovilla las horas y no me doy cuenta.

Y de brazos en brazos fué consumiéndose la madrugada que empezaba a desteñirse celeste; el brit insistía en ir a desayunar, algún otro vejete con fama bien ganada me retuvo por varios tangos, los habitués que conozco de vista seguían girando en la pista, cada vez más vacía, más nuestra, de los adictos de siempre.

Cuando prendieron las luces y el efecto luz de ascensor arruinó la magia, caminé hasta el vestuario donde había dejado una bolsita de tela con las zapatillas, la llave de casa y $40.
Y Julien, el franchute aporteñado que me cruzo siempre me mira con algo parecido a la ternura y me tira un "toi tu es petite mais tout à fait très mignon".
Le revoleo un zapato y me río.
Igual no le pego, después de todo baila bien y prefiero que no quede rengo, segura de que lo voy a encontrar en algun otro antro de la ciudad una noche de semana donde los bandoneones susurran y yo gasto suelas.

sábado, agosto 9

Me encanta la gente que irradia algo amarillo, esos que dejan una estela de brillo líquido cuando andan, es algo intangible pero perfectamente percibible si uno aguza la atención.

Me encanta toparme con ese tipo de gente, son el condimento que hace mi existencia más sabrosa.

Y se me hace tan natural querer hacerlos parte de mi mundo que me desboco, confiada en demasía, segura de que los preludios sociales son estúpidos, un derroche de tiempo que preferiría gastar riéndome con esos nuevos camaradas.

Huelo cierta complicidad que aplasta dogmas a carcajadas, es ese placer de ver que hay gente que habla tu dialecto, que no hacen falta traducciones ni adaptaciones, la comunicación fluye suave entre guiños tácitos.

Elijo a la gente que cierra los párpados y se ríe, entregada. Ellos se desvelan escribiendo poemas cuando todos duermen seguros.
Son esos que tras un caparazón muy finito de ironía guardan un interior esponjoso como un scon tibio, esos que prefieren su heladera vacía a una alacena repleta de bienes de traje y corbata que ajusta la garganta y le bonheur, esa gente que prefiere un remolino de emociones fuertes que desnudan el alma en lugar de la mediocre pseudoseguridad que dá una vida predecible.

Como Adriano, o como el Poeta que filosofa conmigo de madrugada, o como Jim, en cuyo destruído alféizar parisino ya no estoy, pero sí que estoy, y lo sabe.

martes, agosto 5

mohecina semifelicidad

Me está pasando cada vez más seguido, eso de perder las pupilas en lo vidrioso de un par de ojos de muñeca estéril.
Es como esa fracción de segundo de un espeso silencio anterior a una catástrofe.
Y mirar en derredor. Y ver todo desde una óptica abstraída. Me quedo un momento apoyada en una pared, observando con discresión a la gente que pasa.

Escucho cosas como "en el chat era un divino, pero cuando lo conocí tenía cuerpo de ex-gordo, un asco", veo niñitas imitando gestos y palabras de otras insípidas nenas más grandes, esas nenas de moda que aparecen en las publicaciones que consumen señores que han perdido toda comunicación con su propia sexualidad que ha devenido banal y contentadiza; un cazal que pisa la treintena discute -entre chistes irónicos que se volverán puntiagudos cuando el sagrado matrimonio les dé su ansiada sensasión de seguridad- sobre los invitados a su boda: "a Meli no, no quedamos muy bien, le había dicho que era una mediocre por abandonar Administración de Empresas y empezar Danza"...

Una señora vé mi probable expresión de desencanto en el rostro e, incapaz de interpretarlo, agarra fuerte su cartera cuando pasa al lado mío.

Un grupo de tres hombres jóvenes de ordinario atractivo, vestidos como yuppies, peinados como Dios manda, gesticulando como Caras indica, me miran con un desteñido aire de principito rubio y aburrido al verme quieta en una esquina de vereda patinosa en pleno Coronel Díaz.

Se me viene a la cabeza un extracto de un muy buen libro:
"...Entonces se inflama en mi interior un fiero afán de sensaciones, de impresiones fuertes, una rabia de esta vida degradada, superficial, esterilizada y sujeta a normas, un deseo frenético de hacer polvo alguna cosa, de cometer temerarias idioteces, de arrancar la peluca a un par de ídolos generalmente respetados..."