sábado, agosto 9

Me encanta la gente que irradia algo amarillo, esos que dejan una estela de brillo líquido cuando andan, es algo intangible pero perfectamente percibible si uno aguza la atención.

Me encanta toparme con ese tipo de gente, son el condimento que hace mi existencia más sabrosa.

Y se me hace tan natural querer hacerlos parte de mi mundo que me desboco, confiada en demasía, segura de que los preludios sociales son estúpidos, un derroche de tiempo que preferiría gastar riéndome con esos nuevos camaradas.

Huelo cierta complicidad que aplasta dogmas a carcajadas, es ese placer de ver que hay gente que habla tu dialecto, que no hacen falta traducciones ni adaptaciones, la comunicación fluye suave entre guiños tácitos.

Elijo a la gente que cierra los párpados y se ríe, entregada. Ellos se desvelan escribiendo poemas cuando todos duermen seguros.
Son esos que tras un caparazón muy finito de ironía guardan un interior esponjoso como un scon tibio, esos que prefieren su heladera vacía a una alacena repleta de bienes de traje y corbata que ajusta la garganta y le bonheur, esa gente que prefiere un remolino de emociones fuertes que desnudan el alma en lugar de la mediocre pseudoseguridad que dá una vida predecible.

Como Adriano, o como el Poeta que filosofa conmigo de madrugada, o como Jim, en cuyo destruído alféizar parisino ya no estoy, pero sí que estoy, y lo sabe.

1 comentario:

GusCam dijo...

Como decia Cortazar "Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo" Quitarse esas ropas, refrescar la mente y desnudar el alma es un buen comienzo.Ojalá encontremos mas de esa gente que irradia amarillo. Esa luz alimenta y contagia la risa, el baile y las entelequias de los que dormimos poco. Saludos.