sábado, febrero 23

Floripa


Acabo de entender todo este fuss sobre Brasil!
Las playas están hechas de harina, la gente tiene una vitalidad rayana en lo ilegal, y las frutas y el calor reviven instintos enterrados en el cemento de las ciudades de las que huímos.

Mi Florianópolis fue sol, pelarme dos veces, una rutina tan rastafari como envidiable, nos la pasamos durmiendo siestas en la hamaca paraguaya que recorrió los cientoypico de kilómetros, Solano en una eterna fumata, alguna que otra discusión inevitable -lógico, una pareja de amigos compartiendo carpa en un roadtrip que sacó a la luz sus miserables actitudes de macho y mis predecibles enrosques de chica top que se hartó de compartir la ducha con lagartijas y arañas del tamaño de un portarretrato-.

Lo mejor? Praia Mole -ah, que glamour, lleno de deliciosos surfers listos para ser untados, estaba en mi salsa-, y Praia Mozambique, paz total, ideal para hacer yoga bien temprano en la casita de madera del guardavida que llegaba como a las 8.

Ah, si, y que decir de Praia Brava. Esteeeee, si, guarda con esta playa, después de ser rescatada por un guardavidas y tragarme el equivalente a tres piscinas, caí porqué corno se llama BRAVA.
Recorrimos toda la Isla en el auto de Solano, que empezó pulcro y divino y a los 300 kmts ya era un porquerizo. Sencillamente revoleábamos todo en el asiento de atrás! De ahí las situaciones onda "¿donde poha está el puto papel higiénico?", "¿donde cajeta quedó la parte de arriba de mi bikini turquesa??" y "¿no viste esa pera que había empezado a comer?" cuya respuesta era, siempre, "en alguna parte del asiento de atrás".

De Floripa pasamos a Bombinhas, y antes por Porto Belo, plagadas ambos de argentinos, los vendedores de la playa directamente te abordan en español, incluso a Solano!

Los veintipico de días pasaron entre Ades de maracujá, mi bendita papaya para el desayuno -ñam- el inevitable açaí de la tarde que se hizo tradición, y todo esto intercalado con la mejor maconha y Tim Aia y Holly Golightly una y otra vez.