martes, agosto 5

mohecina semifelicidad

Me está pasando cada vez más seguido, eso de perder las pupilas en lo vidrioso de un par de ojos de muñeca estéril.
Es como esa fracción de segundo de un espeso silencio anterior a una catástrofe.
Y mirar en derredor. Y ver todo desde una óptica abstraída. Me quedo un momento apoyada en una pared, observando con discresión a la gente que pasa.

Escucho cosas como "en el chat era un divino, pero cuando lo conocí tenía cuerpo de ex-gordo, un asco", veo niñitas imitando gestos y palabras de otras insípidas nenas más grandes, esas nenas de moda que aparecen en las publicaciones que consumen señores que han perdido toda comunicación con su propia sexualidad que ha devenido banal y contentadiza; un cazal que pisa la treintena discute -entre chistes irónicos que se volverán puntiagudos cuando el sagrado matrimonio les dé su ansiada sensasión de seguridad- sobre los invitados a su boda: "a Meli no, no quedamos muy bien, le había dicho que era una mediocre por abandonar Administración de Empresas y empezar Danza"...

Una señora vé mi probable expresión de desencanto en el rostro e, incapaz de interpretarlo, agarra fuerte su cartera cuando pasa al lado mío.

Un grupo de tres hombres jóvenes de ordinario atractivo, vestidos como yuppies, peinados como Dios manda, gesticulando como Caras indica, me miran con un desteñido aire de principito rubio y aburrido al verme quieta en una esquina de vereda patinosa en pleno Coronel Díaz.

Se me viene a la cabeza un extracto de un muy buen libro:
"...Entonces se inflama en mi interior un fiero afán de sensaciones, de impresiones fuertes, una rabia de esta vida degradada, superficial, esterilizada y sujeta a normas, un deseo frenético de hacer polvo alguna cosa, de cometer temerarias idioteces, de arrancar la peluca a un par de ídolos generalmente respetados..."

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